NEGRA ELEGÍA
¡Duérmete, negro, duerme!
¡Duerme y reposa!
Fue muy largo el camino,
doloroso y cansado.
Ni el ígneo sol, ni el viento,
ni la lluvia, ni el frío,
ni los hoscos humanos
que te vieron pasar,
piedad de ti tuvieron.
Fueron tus compañeras
llagas y heridas,
la amarga sed, el hambre
y la soledad.
Pero ya estás aquí.
Aquí donde querías.
Ya vislumbras las vallas
que apenas te separan
del paraíso
que imaginaste, iluso,
allá en aquel infierno
donde morías
de miseria o de guerra.
Y tu ánimo valiente
se niega ahora
a deprimirse
por verte rodeado
de centenas de hermanos
que contigo comparten
esa dura negrura
de vuestra realidad
y vuestra piel…
a más de ese objetivo
desatinado
de atravesar las vallas.
Sí, contemplas sus brillos
con los primeros rayos
del sol naciente.
Y sabes que esos brillos
no son festivas luces
de bienvenida.
¡Son filos que relucen
porque desgarran!
¡Son espinos que fulgen
porque se clavan!
Y sabes que os esperan
con inclemencia.
Y que así los han puesto
inhumanamente
porque allá, en la otra parte,
no sois queridos.
Mas, a pesar de todo,
un fatal día
llegó el crucial momento:
Desbocada embestida
de negras carnes
asaltaron las vallas…
Pero… ¿eran vallas?
¿Acaso aquellos cuerpos
exacerbados
sentir dolor podían?
La apuesta era ya solo
a vida o muerte.
Tú sentiste tu carne
arañada, rasgada,
y caíste doliente
sobre las concertinas
que acabaron, triunfantes,
de desgarrar tu cuerpo.
Mas todo inútil:
Oscuros policías
empujaron tu cuerpo,
sangrante y malherido,
por una portezuela
‒la de la infamia‒
e impasibles lo dieron
a oscuros policías
del exterior.
Y ya nadie, ninguno,
ni en esta o la otra parte
de la funesta valla,
se interesó ya nunca
de un harapiento negro
desconocido y sucio,
que quiso un día aciago
entrar ilegalmente
en el mundo glorioso
de los nobles países
civilizados.
Tal vez allá, muy lejos,
en una vieja choza
de un mísero país,
una madre, una esposa
o unos entecos hijos
de brillante azabache,
guarden inútilmente
una esperanza vana
de una noticia tuya
que ya nunca, ya nunca,…
ya nunca llegará.
Copyright © 2014. Alberto Moll
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